lunes, 24 de diciembre de 2012

Clara y el belén de Navidad

Publicado por Unknown en 11:46 0 comentarios

Cuento de Navidad sobre la humildad
Clara era toda una artista con los belenes de Navidad. Durante todo el año preparaba bocetos, materiales y personajes para que al llegar la siguiente Navidad su nacimiento fuera aún mejor que el del año anterior.

Y el año en que cumplía los 10 años, pensando en aquello que cantaban los ángeles del Señor “Gloria a Dios en las alturas...” preparó el belén más precioso que uno pudiera imaginar. Diseño y fabricó unos maravillosos trajes para la Virgen María y San José, y una mantita bordada con hilo dorado para el Niño Jesús. Decoró el establo con pequeñas joyas tomadas de sus pendientes y anillos, y rodeó el pesebre de las miniaturas más bellas que encontró. Hasta las figuritas de los soldados de Herodes eran sombrías y malvadas, tanto como humildes las de los pastores. Posiblemente, no hubiera habido antes un belén tan bonito y cuidado. Era tan especial y único, que había sido propuesto para varios premios, incluido el gran premio nacional al mejor belén.
Pero precisamente la mañana en que los jueces debían visitarlo, Clara descubrió al levantarse la peor de las tragedias: su obra maestra ¡estaba totalmente destrozada! Y cuando la sangre le subía por las mejillas y en su garganta nacía un grito de furia, Cuca, su hermana pequeña, se acercó a su lado, tiró de su camisón, y dijo toda sonriente:
- ¿Te guzta máz azí? ¡Lo he puezto preciozííízímo! Cuca ayudá a Clara.
¿Cómo gritar al angelito de Cuca, tan bonita ella, que sólo había querido ayudar un poco? Clara miró lo que quedaba de su belén: los vestidos de la Sagrada Familia adornaban de cualquier forma a unos pastores y su oveja; la preciosa manta estaba a los pies de la viejecita del río; las plumas del pesebre flotaban por todas partes; torpes y divertidas caras de payaso eran ahora el rostro de los malvados soldados, y el grupo de pastores que dormía al raso se veía embadurnado de chocolate, en las más acrobáticas posturas que los pegajosos dedos de Cuca, llenos de saliva y golosinas, habían permitido; incluso las pequeñas joyas y miniaturas de Clara estaban esparcidas aquí y allá: decorando una casucha, en el bolsillo de una lavandera, o en la olla de comida junto al fuego. Y grandes y brillantes pegotes de color cubrían los montes y el cielo de aquella Judea destrozada por la ingenuidad de Cuca.
Dos grandes lágrimas rodaron en silencio por las mejillas de Clara, sabiendo que ya nada se podía hacer. Y allí se quedó, llorando, y pidiendo perdón a ese Niño al que tanto quería y por el que tanto se había preocupado. Pero entonces, al caer sus primeras lágrimas sobre el Niño, vio cómo este saltaba contento a atraparlas. Después le guiñó un ojo, sopló sobre sus lágrimas y las lanzó de regreso a sus ojos, antes de volver inmóvil a su sitio en el pesebre.
Y en sus ojos, aquellas lágrimas tocadas por el Niño Dios fueron como unas lentillas que le mostraron todo tal y como era en realidad. Y comprendió que ni el Niño ni su familia querían los lujos ni las joyas, ni la tristeza de los hombres, ni la oscuridad en el corazón de los malvados, ni un mundo triste y sin color. Y que precisamente por eso había venido al mundo.
Y sin dudarlo, y con una gran sonrisa de alegría, tomó en brazos a Cuca, le dio el más largo y sonoro beso y dijo:
- ¡Claro que sí, Cuca! Así está muchísimo mejor.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Dos duendes y dos deseos

Publicado por Unknown en 12:50 0 comentarios

Cuento sobre el compañerismo y la amistadHubo una vez, hace mucho, muchísimo tiempo, tanto que ni siquiera el existían el día y la noche, y en la tierra sólo vivían criaturas mágicas y extrañas, dos pequeños duendes que soñaban con saltar tan alto, que pudieran llegar a atrapar las nubes.
Un día, la Gran Hada de los Cielos los descubrió saltando una y otra vez, en un juego inútil y divertido a la vez, tratando de atrapar unas ligeras nubes que pasaban a gran velocidad. Tanto le divirtió aquel juego, y tanto se rio, que decidió regalar un don mágico a cada uno.
- ¿Qué es lo que más desearías en la vida? Sólo una cosa, no puedo darte más - preguntó al que parecía más inquieto.
El duende, emocionado por hablar con una de las Grandes Hadas, y ansioso por recibir su deseo, respondió al momento.
- ¡Saltar! ¡Quiero saltar por encima de las montañas! ¡Por encima de las nubes y el viento, y más allá del sol!
- ¿Seguro? - dijo el hada - ¿No quieres ninguna otra cosa?
El duendecillo, impaciente, contó los años que había pasado soñando con aquel don, y aseguró que nada podría hacerle más feliz. El Hada, convencida, sopló sobre el duende y, al instante, éste saltó tan alto que en unos momentos atravesó las nubes, luego siguió hacia el sol, y finalmente dejaron de verlo camino de las estrellas.
El Hada, entoces, se dirigió al otro duende.
- ¿Y tú?, ¿qué es lo que más quieres?
El segundo duende, de aspecto algo más tranquilo que el primero, se quedó pensativo. Se rascó la barbilla, se estiró las orejas, miró al cielo, miró al suelo, volvió a mirar al cielo, se tapó los ojos, se acercó una mano a la oreja, volvió a mirar al suelo, puso un gesto triste, y finalmente respondió:
- Quiero poder atrapar cualquier cosa, sobre todo para sujetar a mi amigo. Se va a matar del golpe cuando caiga.
En ese momento, comenzaron a oír un ruido, como un gritito en la lejanía, que se fue acercando y acercando, sonando cada vez más alto, hasta que pudieron distinguir claramente la cara horrorizada del primer duende ante lo que iba a ser el tortazo más grande de la historia. Pero el hada sopló sobre el segundo duende, y éste pudo atraparlo y salvarle la vida.
Con el corazón casi fuera del pecho y los ojos llenos de lágrimas, el primer duende lamentó haber sido tan impulsivo, y abrazó a su buen amigo, quien por haber pensado un poco antes de pedir su propio deseo, se vio obligado a malgastarlo con él. Y agradecido por su generosidad, el duende saltarín se ofreció a intercambiar los dones, guardando para sí el inútil don de atrapar duendes, y cediendo a su compañero la habilidad de saltar sobre las nubes. Pero el segundo duende, que sabía cuánto deseaba su amigo aquel don, decidió que lo compartirían por turnos. Así, sucesivamente, uno saltaría y el otro tendría que atraparlo, y ambos serían igual de felices.
El hada, conmovida por el compañerismo y la amistad de los dos duendes, regaló a cada uno los más bellos objetos que decoraban sus cielos: el sol y la luna. Desde entonces, el duende que recibió el sol salta feliz cada mañana, luciendo ante el mundo su regalo. Y cuando tras todo un día cae a tierra, su amigo evita el golpe, y se prepara para dar su salto, en el que mostrará orgulloso la luz de la luna durante toda la noche.

martes, 11 de diciembre de 2012

Lío en la clase de ciencias

Publicado por Unknown en 12:48 0 comentarios

Cuento sobre la calma y la tranquilidadEl profesor de ciencias, Don Estudiete, había pedido a sus alumnos que estudiaran algún animal, hicieran una pequeña redacción, y contaran sus conclusiones al resto de la clase. Unos hablaron de los perros, otros de los caballos o los peces, pero el descubrimiento más interesante fue el de la pequeña Sofía:
- He descubierto que las moscas son unas gruñonas histéricas - dijo segurísima.
Todos sonrieron, esperando que continuara. Entonces Sofía siguió contando:
- Estuve observado una mosca en mi casa durante dos horas. Cuando volaba tranquilamente, todo iba bien, pero en cuanto encontraba algún cristal, la mosca empezaba a zumbar. Siempre había creido que ese ruido lo hacían con las alas, pero no. Con los prismáticos de mi papá miré de cerca y vi que lo que hacía era gruñir y protestar: se ponía tan histérica, que era incapaz de cruzar una ventana, y se daba de golpes una y otra vez: ¡pom!, ¡pom!, ¡pom!. Si sólo hubiera mirado a la mariposa que pasaba a su lado, habría visto que había un hueco en la ventana... la mariposa incluso trató de hablarle y ayudarle, pero nada, allí seguía protestando y gruñendo.
Don Estudiete les explicó divertido que aquella forma de actuar no tenía tanto que ver con los enfados, sino que era un ejemplo de los distintos niveles de inteligencia y reflexión que tenían los animales, y acordaron llevar al día siguiente una lista con los animales ordenados por su nivel de inteligencia...
Y así fue como se armó el gran lío de la clase de ciencias, cuando un montón de papás protestaron porque sus hijos... ¡¡les habían puesto entre los menos inteligentes de los animales!! según los niños, porque no hacían más que protestar, y no escuchaban a nadie.
Y aunque Don Estudiete tuvo que hacer muchas aclaraciones y calmar unos cuantos padres, aquello sirvió para que algunos se dieran cuenta de que por muy listos que fueran, muchas veces se comportaban de forma bastante poco inteligente.

 

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